¿HASTA DÓNDE?

El exitismo es cotidiano. Cada día, en cada instante, en cada imagen y sonido se puede sentir, está en todos lados. La nueva modalidad de sólo alabar al primero, al campeón, va de la mano con el idealismo. Se alza a las personas a lo más alto de un pedestal, y se las baja de un plumazo en cuanto se les detecta un mínimo error.
¿Qué es lo que debemos juzgar como simples espectadores de algo tan gratificante como el deporte?. ¿Interesa si Diego Maradona se droga o no?, ¿eso lo hace mejor o peor futbolista?. El debate podría ser interminable, como todo debate entre dos personas argentinas que, lamentablemente, se refugian bajo la capa de su orgullo.
A los deportistas se los debe tratar como deportistas. No son mejores por idear la más genial de las jugadas, ni peores por mostrarse "humanos" en su vida privada. Los deportistas, queramos o no, son personas. Tienen defectos y virtudes.
Cada persona en el mundo intenta ser lo mejor que pueda en lo que más le gusta, o intenta llegar lo más lejos posible en la búsqueda de sus metas. Es normal, y no está mal.
Nadie es Dios por eludir a unos cuantos rivales y marcar un gol, ni nadie es Dios por salvar una vida en un hospital. Pero: ¿quién es más reconocido?, ¿somos conscientes de esto?.
Un jugador de fútbol es sólo eso, no es más, ni tampoco menos, que un recolector de cartones. Cada individuo en el mundo vale por igual y tiene luz propia. Es una realidad.
La droga es moneda corriente. Está en las escuelas, en la calle, en los bares y también en el deporte. Una gran proporción de los que critican a los atletas que son adictos también consumen. Es fácil ver los defectos de los demás, mucho más fácil que tomar nota de los propios.