Rubén Wolkowyski intenta tapar a Manu, nunca llegaría.
“Entrá, Sepo”. La orden fue clara. El momento había llegado. Pero no era Sebastián el que debía ingresar, sino el menor de los Ginóbili, Emanuel. El error no se podía disfrazar de casualidad. Era el producto de un largo camino de confusiones, de un “tire y afloje” constante, de una cinchada entre la madre del debutante y el técnico Oscar Huevo Sánchez, quien se encargó de dar el primer paso –fallido, por cierto- a un sueño.
La historia cuenta que Raquel Maccari, esposa de Jorge Ginóbili, nunca quiso que su hijo menor siguiera los pasos de sus dos hermanos mayores: Leandro y Sebastián. Ambos habían llegado a la Liga Nacional de Básquet (LNB) bajo el padrinazgo de Sánchez. Pero Manu –llamado así por su familia y luego ya en todo el mundo-, según su madre, debía ser contador. Nada de aros ni redes. Sin embargo, Huevo se lo quería llevar a Andino de La Rioja. Y no paró hasta conseguirlo. “Me acuerdo que vinieron al estadio una tarde cuando yo estaba entrenando. La cara de Raquel lo decía todo. Me quería matar. Ella siempre tuvo miedo de que le hicieran daño a Manu, lo veía muy flaquito”, recuerda el entrenador.
Pero no sólo la disconformidad se expresó en el rostro de la madre, sino que también en sus palabras. “`A éste no le vas a arruinar la vida´ decía mi mamá. Le prometí que iba a terminar el secundario allá y, al final, la convencí”, cuenta Manu años después. Y agrega: “No sabés lo que fue el viaje. Eran 1500 kilómetros desde Bahía Blanca, dieciséis horas arriba del auto con mi vieja diciéndome `volvé, dale´”.
Finalmente el objetivo se cumplió. La pensión de Andino albergó la fantasía de un chico que anhelaba llegar alto y dio lugar al primer eslabón de la cadena de éxitos que el destino le entregaría. Ahora faltaba lo segundo: el debut. “Mi sueño siempre fue jugar en la LNB”, explica Ginóbili. Y a la corta edad de 18 años, lo logró.
El día elegido fue el 29 de septiembre de 1995. Peñarol esperaba en su estadio –el Polideportivo Malvinas Argentinas- a un joven equipo de La Rioja. Por esos tiempos, nadie imaginaba que ese partido quedaría marcado en la historia del básquet argentino, por lo cual sólo cuatro mil personas disfrutaron del espectáculo. Ni siquiera la familia Ginóbili se encontraba entre las gradas. “No fuimos al partido. Para nosotros no era un acontecimiento muy especial. El había jugado muchos partidos en la liga local y ya estábamos acostumbrados a eso”, relata Jorge, el padre de Manu.
Desde el banco, el bahiense vio cómo el pitazo inicial del árbitro Quesada daba comienzo al encuentro. Estaba ansioso por entrar, aunque sabía que sería difícil: era uno de los últimos suplentes en la rotación. Pero, por primera vez, Ginóbili tomó contacto con ese don que sólo tienen unos pocos: estar en el lugar indicado en el momento justo. El experimentado equipo de Peñarol, con nombres como los de Héctor Pichi Campana y Marcelo Richotti, tomó el control del partido y sacó una diferencia de dieciocho puntos en la primera mitad. Por lo cual, el bajo rendimiento de los titulares de Andino desembocó en los primeros minutos de Manu dentro del rectángulo de juego como profesional.
“Él, prácticamente, no tenía posibilidades de jugar. Pero en ese partido entró y lo defendió al Pichi Campana. Fue increíble, metió como 18 puntos y ya se vio que tenía algo”, rememora Manuel Muguruza, compañero de Manu en ese equipo. Las estadísticas marcan que el bahiense no convirtió 18 tantos, sino sólo 9. Pero la perplejidad de Muguruza ante el juvenil agrandó su recuerdo, una clara marca de la imagen que Manu dejó plasmada en la cancha.
“Estaba desesperado. Entré y ya quería hacer algo. Me acuerdo de que la primera que agarré, la sacudí desde la punta y fue adentro. Me relajó un poco ese tiro”, revela Ginóbili.
La diferencia final fue de casi veinte puntos de ventaja a favor de Peñarol. El primer contacto con la pelota ya se había dado. Y aunque no había sido un buen resultado el obtenido colectivamente, Manu estaba contento con su rendimiento. Había jugado varios minutos y convertido tres triples. Nada mal para un debut. “Nos llamó y nos dijo que estaba feliz porque le habían salido las cosas bien”, narra Jorge Ginóbili.
Pero el torneo siguió. Y ese “juvenil desinhibido” –como lo calificaron los medios gráficos de Mar del Plata- fue cobrando importancia a medida que avanzaron los partidos. De ser uno de los menos tenidos en cuenta, pasó a formar parte del quinteto inicial y ser elegido como la revelación del campeonato. Creció en una temporada lo que a muchos les cuesta varios años y ayudó a su equipo a lograr la mejor ubicación de su historia: el tercer lugar.
“Éramos un equipo muy joven, creo que el más joven de la liga. Teníamos una gran ilusión e hicimos un gran campeonato. Él arrancó de menor a mayor. Pero era tremendamente competitivo, al final le terminó ganando el puesto a Gustavo Oroná”, afirma Muguruza. Y agrega: “Por lo menos en los equipos que jugué yo, nunca hubo un nivel tan bueno. Los suplentes a veces les pintábamos la cara a los titulares”.
Y como el destino le tenía preparado triunfar, vendrían muchas glorias más. Desde aquel viaje en auto desde Bahía Blanca a La Rioja hasta este presente, en que la planilla del primer partido se encuentra enmarcada y guardada como una de las mayores reliquias en la Asociación de Clubes (AdC). Una vez más Raquel Maccari debió darle la razón a Sánchez. Y como bromea él: “Una visionaria la madre, ¿no?”.
2 comentarios:
Juancito! muy linda nota...mucho material q desconocía y un notable avance en la forma de escribir.jajja...te apoyo en loq necesites..abrazo..
Guido.
Muy bueno un orgullo que Manu aya debutado para un equipo de aqui de La Rioja =D
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